sábado, 19 de enero de 2013

SdC - Xend'Thar: La Hoja del Libre Albedrío

Narrar la historia del Nexo sin mencionar a la Hoja que lo cambió todo es cuanto menos, insultante. La información que se posee de este arma, o entidad, es tan escasa, que ha sido cantada hasta formar parte del recuerdo constante de todas las almas de Norzel.

Versa la historia que una vez existió un poderoso Aurem, Destino, quien controlaba los hilos de unión de entre todas las razas creadas por Aurem. Era, por tanto, alguien capaz de escoger el futuro de todos y cada uno de los seres mortales del Plano, atándolos a su voluntad por encima de todo. Pero el hilo del Nexo no era correcto, era uno demasiado cambiante. Su destino cambiaba en cuanto se cruzaba con otra criatura, pues las posibilidades eran casi infinitas. Tal molestia perturbaba al poderoso Aurem, así que trazó un final rápido para el Ejecutor. Y sin embargo... Las acciones de otros Aurem Peregrinos terminaron por poner a aquel minúsculo ser frente a su grandiosidad. En el Templo del Destino, un joven Nexo clamaba que tenía "el derecho de decidir su propio destino", ante lo cual, Destino rió. Cuando se dispuso a exterminarlo sin más, la joven criatura comenzó a recitar un encantamiento. Pero no fue el absurdo intento de oponerse a él mediante magia lo que sorprendió a Destino, fue la lengua en la que lo hizo. ¿Qué estúpido le había tendido a un ser mortal un hechizo en lengua Aurem?

Dicen que fueron los Tres Aurem, en compensación a todo lo causado por el Panteón y el resto de Aurem, los que susurraron en el oído del Nexo la Canción del Albedrío. Solo ellos conocen la respuesta. Pero ni siquiera ellos, solo el Nexo, supo por qué aquella invocación tuvo éxito. Aquel hechizo Aurem tenía la antigüedad y potencia digna del hechizo prohibido de Chaos el Primigenio, quien dividió en dos todo el Plano. La entidad enigmática, Xend'Thar, aceptó al Nexo como su portador. Y la capacidad para emplear la energía del Nexo, unida a la casi infinita fuerza de la Hoja, provocó que sucediera algo que no había pasado en miles de años. La muerte de un Aurem.

Destino cayó, y su Templo fue arrasado. Los billones de hilos desaparecieron, aunque aún atados a sus respectivos dueños. Sin embargo, a partir de entonces el Nexo se volvió una anomalía. Una maldición para algunos, bendición para otros. Como portador de Xend'Thar, la Hoja del Libre Albedrío, su destino no podía ser leído ni augurado, ni de aquellos con los que se relacionara. Los Videntes solo veían humo en su figura, todo él se volvió incomprensible.

Pero Xend'Thar era demasiado poderosa para un androide construido, incluso habiéndolo sido con el propósito de ser infinitamente poderoso. El Nexo no podía convocarla fácilmente, sin exponerse a riesgos. Precisaba una inmensa cantidad de su poder para hacer efecto, y no duraba demasiado tiempo sin desaparecer. Desde su muerte verdadera, Xend'Thar desapareció...La Hoja que arrancó una región entera al Plano Daemon, la última vez que se la vio, estaba firmemente agarrada del brazo del Nexo.

Dicen los susurros, que, ya que el Xeniam Akran, el Segador, comparte la misma distorsión de su padre, solo es cuestión de tiempo que Xend'Thar vuelva a aparecer. Y, de ser así... ¿Qué potencial podría alcanzar, esgrimida por una criatura con el don de sostener cualquier clase de poder? Dicen que el Nexo engendró a su hijo con el fin de encontrar el portador perfecto... Aunque eso no podría ser el objetivo único de alguien con su espíritu. Cantan los Ángeles Caídos que el Nexo buscó desesperadamente que su hijo estuviera protegido de todo mal. Y por ello, le entregó el don de ser capaz de empuñar la Hoja, de ser libre de toda atadura. Cuando Xend'Thar vuelva a ser empuñada, incluso el Panteón temblará...

Del Cónclave y la Región Desconocida

Aquella estancia estaba alejada de los confines del espacio y el tiempo habituales. Construída en un lugar que solo el Nexo conocía, resultaba absolutamente impenetrable por alguien que no mereciera encontrarse allí. La disposición de la sala era hexagonal; cada lado de la estructura albergaba el Palco de cada una de las razas anexionadas al Cónclave, con el último Palco para el Nexo. No obstante, rara vez el sexto Palco era empleado; el Nexo disponía por costumbre entrar solo al Cónclave.

Los Palcos eran cómodos, ocupados por altas sillas que permitían una visión uniforme de toda la explanada inferior, sin distinciones entre asientos. Fuera un Rey, un Señor o un sirviente, disponían del mismo espacio. Frente a cada Palco se erigía una estatua representativa del Nexo, el Ejecutor. Como bien contaban los cánticos, muchas estatuas había construido con sus propias manos; no con el fin egoísta de la autocomplacencia, por supuesto. Cada una contenía una parte de su poder, lo que las hacía guardianas y protectoras de santuarios o de ciudades. Seis Estatuas eran más que capaces de acabar con un Daemon Primae, e incluso detener la furia de un Aurem durante un tiempo precioso.

[...]


Las razas que habían sido aglutinadas en aquel Cónclave no dejaban de ser una minúscula y reducida selección de aquellos pueblos a los que el Ejecutor había rescatado en sus periplos por el Plano, y los había llevado a una de las regiones más elevadas de este (Y por tanto, más seguras, puesto que el Plano Daemon se expandía constantemente, absorbiendo las regiones más inferiores). Aquella minúscula región sin nombre, a la que por algún motivo, los Daemon no podían alcanzar, apenas contenía un planeta, Norzel, cuya forma era excepcionalmente curiosa. Un mundo sin mares; Tan solo existían dos grandes extensiones lisas de tierra, separadas por una cadena montañosa tan colosal, que atravesarla era prácticamente imposible. Norzel originariamente había sido un planeta Daemon, purificado del todo y abandonado a su suerte por la cruzada de los Aurem. Humanos y Enanos vivían en uno de los dos "continentes". La lucha por el agua era el principal motivo de conflicto, sin considerar las luchas internas. En el otro continente, que sorprendentemente estaba cubierto casi por completo de un bosque tan espeso, alto y denso, que no existía la luz, habían erigido su hogar los elusivos Elfos Oscuros, y las misteriosas Sombras, enzarzados en un combate a muerte desde que tenían constancia.... Hasta que el Nexo apareció.

Humanos, de tiempos antiguos, hechiceros, inventores, gente de bien pero con una voluntad variable, capaces de grandes empresas o de terribles males. Guiados por el Nexo, la gran ciudad de Zaephyr refulgía con luz propia, la luz de las Estatuas se unía a las de las grandes fuentes, los celestes pilares que aportaban vida en una tierra antaño asolada por la guerra y la hambruna. Grandes manantiales subterráneos existían bajo la tierra que solo tuvieron que manar para transformar por completo las áreas circundantes, volviéndola próspera y fértil.

Enanos, férreos trabajadores de la tierra y los secretos que ella posee, normalmente ocupados siempre en sus propios asuntos, pero siempre dispuestos a ayudar a los amigos. El Nexo les había abierto un mundo de posibilidades con una magia que les permitía forjar, cavar, y trabajar la tierra como jamás lo habían hecho. Su ciudad, Dumbra, carecía de protección especial, pues era la plaza más fortificada y majestuosa de todas. El fuego mágico les había librado del hedor y la asfixia del humo, que a tantos buenos enanos se había llevado. Dumbra recuperaba el brillo y la gloria de tiempos pasados, mientras la arquitectura Enana mejoraba, y rayos de luz atravesaban libremente su ciudad.

Elfos Oscuros, orgullosos, longevos, aptos en las artes arcanas y en el asesinato sutil. Vieron en el Nexo a prácticamente un dios, dada su naturaleza de máquina asesina y perfecta. Dirigidos por él, finalmente terminaron la eterna guerra contra las Sombras, y Tam'ril, su Ciudad Arbórea, volvió a vibrar con la música de los laudes y las trompas.

Las Sombras, misteriosas criaturas que podían escoger voluntariamente cuando ser tangibles y cuando no, se decía que estaban relacionadas con los muertos en el otro continente... Pero aquello solo eran historias confusas. Las Sombras se decían a sí mismos ser los más grandes asesinos, de ahí el conflicto constante con los Elfos Oscuros. La llegada del Nexo rompió aquella regla, y aceptando la palabra del Ejecutor, Sombras y Elfos comenzaron a vivir en armonía, buscando crear al maestro absoluto en el asesinato. Silrem, la solitaria capital, aparentemente abandonada para el ojo mortal, volvió a gozar de movimiento.

Finalmente, los Ángeles Caídos, traidos por el Nexo desde una región inferior, esclavos de un Aurem repugnante y hedonista, el segundo de los Aurem en morir tras el fin de la Guerra con los Daemon, a manos del Nexo y su singular arma. El Nexo les encontró un santuario en las Altas Montañas, la cadena que separaba los dos continentes de Norzel. Para los Ángeles, seres alados de hermosa figura y triste destino, aquellas cimas solitarias y pacíficas les aportaron todo el espacio y tiempo necesario para aliviar y olvidar sus penas. Aprendieron del Nexo a defenderse, creando unas armaduras místicas que los volvían unos feroces guerreros.

El sexto Palco, en realidad, no era el del Nexo. Estaba destinado a los Astrales, los habitantes de la más alta región de todo el Plano. La Región Astral era el lugar de descanso absoluto, la paz y armonía que allí existían no podía encontrarse en ningún otro lugar. Portadores de inmensos poderes, eran más que capaces de repeler a Aurem y Daemon por igual; un curioso don entregado por un Aurem inconsciente de lo que hacía, sin duda. Nunca habían llegado a aceptar la oferta del Nexo, considerándolo inferior.

Pero la figura debía ser completa. El Nexo representaba la base, la explanada del Cónclave. La bóveda pertenecía a los tres Aurem rebeldes, a los renegados entre los renegados. Aquellos en los que el Nexo sí podía creer. Natura, la portadora del Agua Espectral, creadora de la forma. Norte, el portador del Fuego Astral, el impulso de vida y pasión que mueve. Caos, portador del Viento Primigenio, el hálito que crea y destruye la esencia. Habían sido grandes combatientes contra los Daemon, pero al final del conflicto, contemplaron con repugnancia el proceder de sus hermanos. Se marcaron a sí mismos como exiliados, y vagaron hacia las zonas que los Daemon no habían tocado. Así, encontraron al Nexo. Pero eso... Es otra historia.