domingo, 27 de octubre de 2013

Lúmine (I)

La vista no era capaz de contemplar en todo su esplendor la escena que se podía vislumbrar, en lo alto de las Altas Montañas. Un mar de nubes ocultaba todo Norzel con una belleza tan natural como salvaje; una tormenta caía sobre la lejana tierra, y ello era un digno espectáculo sobre todas las nubes. De contemplar el otro continente, el forestal, nada hubiera podido verse, como era costumbre.

Pero los pobladores de las Altas Montañas no se encontraban en disposición de disfrutar del paraje que tantos cánticos había evocado. Era día de Cónclave. En 200 años, tras la muerte verdadera del Nexo, cada Cónclave era un peso muerto para la Matriarca de los Ángeles Oscuros. Aún más, si cabe, desde que la corrupción de los humanos había calado tan hondo en su líder absoluto. Pero, al fin y al cabo, Lúmina era la Matriarca. Y ni el Rey tenía poder directo sobre ella, aún recurriendo al Cónclave.

Lamentablemente, no era así para sus hermanos y hermanas. Pero la Matriarca había sido influenciada por el espíritu combativo y rebelde que el Nexo les había inculcado a todos los suyos, incluso enfrentándose a enemigos mayores y más poderosos... Para luego superarse a sí misma, una y otra vez. Mientras caminaba con paso firme junto a su hija en dirección al Cónclave, por unos momentos se permitió recordar...



Los Ángeles Oscuros habían sido creados por el Aurem Vahle como su guardia personal y como divertimento, durante la etapa final del Primer Conflicto. Con el paso de los siglos, el Aurem decidió que su creación ya no le satisfacía como defensores, puesto que sus propios poderes eran muy superiores a lo que los Ángeles podían desarrollar. Por tanto, necesitaban otra ocupación, y dado que no habían otros mundos de Aurem cercanos con el que competir, arrojando a su creación a la guerra, optó por otra clase de satisfacción. Nobles guerreros y poderosos hechiceros pasaron a ser los juguetes sin voluntad de una criatura demasiado abstraída en su propio paraíso hedonista. Hombres y mujeres eran solo herramientas para su placer, y a tal fin fueron moldeados y alterados. Sus cuerpos cumplían los caprichos de Vahle, y la descendencia solo tenía el mismo destino. Había algunos pocos favoritos, los cuales sufrían la peor parte de las intensas atenciones del perverso Aurem... Hasta el día en que las puertas cayeron.

Ese día, el Nexo apareció en las vidas de los Ángeles Oscuros, aunque solo Lúmina haya sido capaz de recordarlo de entre los suyos. Todo sucedió más rápido de lo que les resulta honroso recordar. Con un hechizo más antiguo que los propios Aurem, robado a estos mismos, el Nexo reclamó la vida del asqueroso Vahle, empalándolo en un arma que no conocía de ley, destino o norma alguna. Devoró toda su vitalidad aquel filo irrompible, mientras los ojos furibundos del Nexo clamaban por justicia contra aquellas almas esclavizadas. Cuando la entidad se disolvió, destruida por siempre, el Nexo se incorporó, observando a aquel gran grupo de criaturas de cuerpos alterados por y para el placer. Y, frunciendo el ceño, les clamó a que recuperaran sus vidas, y que le siguieran. No tenía demasiado tiempo antes de que aquel mundo se desmoronara, devorado por los Daemon.
- Xend'Thar... - murmuró para si la Matriarca, justo antes de entrar al Cónclave. El nombre de la esperanza, la liberación absoluta de una raza hundida en la miseria. Con ese pensamiento atravesó el Portal... Para luego contemplar una estatua del Nexo frente a si, la viva imagen de aquel a quien conoció en persona.
- Llegáis tarde, Lúmina. Especialmente cuando el único aspecto a tratar recae sobre vos... - la voz podrida y ronca del Rey llegó a sus oidos, y la exhuberante Matriarca frunció el ceño mientras se sentaba, y contemplaba la grada de los Humanos. Odiaba mirarla desde que el Rey decidiera profanar la estatua que lo velaba, y la ocultara entre telas y porquería. Lo mismo, por supuesto, había hecho el Señor Enano para contentar a aquel que le proveía de todo lo que necesitaba.
- Vuestro mensajero no especificó vuestro propósito, mi Rey. Y naturalmente, tomaré todo el tiempo que considere necesario para que mis protectores se preparen. Son tiempos de incertidumbre, y vuestros videntes siguen profetizando la vuelta de los Astrales. Ignoro con qué intenciones, de ahí la necesidad de protección. - la voz cristalina y no humana resonó en el amplio lugar, llegando claramente a las otras razas allí reunidas.
- Os tomáis demasiadas molestias. Y eso repercute en todos nosotros. Nuestro tiempo es escaso, al igual que largos son nuestros deberes... Como bien podréis observar, el Xeniam se encuentra en ellos, de ahí su ausencia. - a Lúmina no se le escapó la sonrisa que el Rey dejó entrever apenas un instante. Eso era malo, muy malo. Habitualmente, abusaba de su poder como supuesto "Líder del Cónclave", pero no era capaz de someter completamente al Xeniam a su voluntad. Pero si él no estaba... Sintió como todas las miradas se dirigieron cual buitres a su propio Palco.
- Como decía, resolveremos esto prontamente. No se me ha pasado inadvertido que los habitantes de las Altas Montañas, si bien tan notables como de costumbre en el pago de tributos, no parecen formar realmente parte de esta Alianza formada desde tiempos inmemoriales... - empezó a hablar el exasperante Rey humano, engalanado en lo que parecía una armadura que en absoluto estaba diseñada para alguien con su peso y forma. Sin embargo, la magia de la pieza era tan intensa que Lúmina la reconoció al instante. Portaba una joya de más de 200 años, una coraza forjada por el propio Nexo. Su rostro se ensombreció al instante; si había venido tan protegido es que no pensaba hacer nada bueno...
- ... Y por ende, consideramos que es necesario dar un paso adelante al respecto. Como líder claro del Cónclave, considero que la separación entre Ciudades resulta bastante... Innecesaria, dados nuestros números actuales. Este mundo es sorprendentemente pequeño, no más que un puesto de avanzada para algo mucho mayor. He decidido que saldremos al exterior... Una vez tomemos Tam'ril y Silrem, para así asegurarnos que esos inmundos traidores aprenden la lección de abandonar nuestro precioso Cónclave... Y a tal fin, la campaña comenzará en las Montañas. - el gesto de Lúmina se había ido tornando más hostil, hasta la mención a su hogar. Pero antes de que pudiera alzar la voz, un gesto del Rey la instó a callarse.
- Podría entender vuestra preocupación, Lúmina, pero llevaremos recursos suficientes como para atravesar las montañas y realizar el descenso de estas. Llevará tiempo pero estoy dispuesto a esperar algunos años... Años en los que un verdadero ejército se formará, liderado por lo mejor de lo mejor de las tres razas... - la Matriarca percibió un gesto a su espalda, y su ira se tornó miedo cuando percibió claramente como su hija se disponía a desenvainar su arma con toda la intención letal que aquellos ojos verdes podían generar. A un gesto suyo, los dos guardas agarraron a la joven, impidiendo que su gesto fuera visto por el Rey, que continuaba exponiendo su imposible plan.
- ¿Estás loca? ¡Hay que callarlo de una vez! ¡Ha perdido el juicio! ¿Años soportando a humanos en nuestro santuario? ¿Atacar a dos razas en guerra civil, expertos asesinos? ¡Es una locura! - exhortó en su propio idioma Lúmine a su madre, de tal forma que no era audible para los subdesarrollados humanos.
- No aquí. No podemos hacer nada ahora. Y está protegido con magia del Nexo. Salvo que ese cuchillo tuyo sea otra obra suya, jamás lo atravesarás. - murmuró la Matriarca con gesto adusto, fingiendo que seguía prestando atención al Rey.
-  ...Por lo que uniréis a vuestra descendiente con el Ministro de la Guerra, aquí presente. - Lúmina agitó la cabeza, sin haber creido escuchar bien. Pero su hija sí lo hizo, y zafándose de los brazos de los otros guardas se lanzó hacia delante, con la viva imagen de la furia en su rostro. Al verla, el Rey sonrió, ladino. - Oh, ya se encuentra aquí. Luego no será necesario esper-
- ¿¡De qué Daemon estás hablando, Amhord!? - rugió Lúmine, sus ojos verdes parecían crepitar con rayos. - ¡No pienso unirme a ninguno de tus estúpidos lacayos, y menos para que tu maldita raza cruce un Por- un seco golpe de la Matriarca tumbó a su hija al suelo, donde fue sujeta por los guardas.
- No creo que eso ayude de ninguna forma, mi Rey, al entendimiento. No obstante, si así lo conside - comenzó Lúmina, con un clarísimo gesto de desagrado en su bello rostro.
- Así lo digo y así será, Ángel Oscuro. Este Cónclave ha terminado. Tenéis una semana antes de que empleemos el Portal para celebrar el enlace, que se realizará naturalmente en Zaephyr. Las Montañas no son lugar para un ritual tan especial... - dijo, mirando con clara satisfacción a la furiosa joven Ángel, antes de desaparecer de su Palco.

Pero aún pudo escuchar el grito de furia contenida y de completa impotencia de madre e hija... Lo cual solo hizo ampliar su sonrisa. Sería tan fácil dominar a aquella raza de sirvientes y esclavas... Su Ministro lo haría bien, y a cambio, él tendría su expansión. Estaba harto de dominar a aquellos inútiles humanos, cuando había escuchado tantas maravillas de boca del Xeniam. Tomaría todo aquello que se le antojase. Al fin y al cabo, era el Rey.

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