La vista no era capaz de contemplar en todo su esplendor la escena que se podía vislumbrar, en lo alto de las Altas Montañas. Un mar de nubes ocultaba todo Norzel con una belleza tan natural como salvaje; una tormenta caía sobre la lejana tierra, y ello era un digno espectáculo sobre todas las nubes. De contemplar el otro continente, el forestal, nada hubiera podido verse, como era costumbre.
Pero los pobladores de las Altas Montañas no se encontraban en disposición de disfrutar del paraje que tantos cánticos había evocado. Era día de Cónclave. En 200 años, tras la muerte verdadera del Nexo, cada Cónclave era un peso muerto para la Matriarca de los Ángeles Oscuros. Aún más, si cabe, desde que la corrupción de los humanos había calado tan hondo en su líder absoluto. Pero, al fin y al cabo, Lúmina era la Matriarca. Y ni el Rey tenía poder directo sobre ella, aún recurriendo al Cónclave.
Lamentablemente, no era así para sus hermanos y hermanas. Pero la Matriarca había sido influenciada por el espíritu combativo y rebelde que el Nexo les había inculcado a todos los suyos, incluso enfrentándose a enemigos mayores y más poderosos... Para luego superarse a sí misma, una y otra vez. Mientras caminaba con paso firme junto a su hija en dirección al Cónclave, por unos momentos se permitió recordar...
Los Ángeles Oscuros habían sido creados por el Aurem Vahle como su guardia personal y como divertimento, durante la etapa final del Primer Conflicto. Con el paso de los siglos, el Aurem decidió que su creación ya no le satisfacía como defensores, puesto que sus propios poderes eran muy superiores a lo que los Ángeles podían desarrollar. Por tanto, necesitaban otra ocupación, y dado que no habían otros mundos de Aurem cercanos con el que competir, arrojando a su creación a la guerra, optó por otra clase de satisfacción. Nobles guerreros y poderosos hechiceros pasaron a ser los juguetes sin voluntad de una criatura demasiado abstraída en su propio paraíso hedonista. Hombres y mujeres eran solo herramientas para su placer, y a tal fin fueron moldeados y alterados. Sus cuerpos cumplían los caprichos de Vahle, y la descendencia solo tenía el mismo destino. Había algunos pocos favoritos, los cuales sufrían la peor parte de las intensas atenciones del perverso Aurem... Hasta el día en que las puertas cayeron.
Ese día, el Nexo apareció en las vidas de los Ángeles Oscuros, aunque solo Lúmina haya sido capaz de recordarlo de entre los suyos. Todo sucedió más rápido de lo que les resulta honroso recordar. Con un hechizo más antiguo que los propios Aurem, robado a estos mismos, el Nexo reclamó la vida del asqueroso Vahle, empalándolo en un arma que no conocía de ley, destino o norma alguna. Devoró toda su vitalidad aquel filo irrompible, mientras los ojos furibundos del Nexo clamaban por justicia contra aquellas almas esclavizadas. Cuando la entidad se disolvió, destruida por siempre, el Nexo se incorporó, observando a aquel gran grupo de criaturas de cuerpos alterados por y para el placer. Y, frunciendo el ceño, les clamó a que recuperaran sus vidas, y que le siguieran. No tenía demasiado tiempo antes de que aquel mundo se desmoronara, devorado por los Daemon.
- Xend'Thar... - murmuró para si la Matriarca, justo antes de entrar al Cónclave. El nombre de la esperanza, la liberación absoluta de una raza hundida en la miseria. Con ese pensamiento atravesó el Portal... Para luego contemplar una estatua del Nexo frente a si, la viva imagen de aquel a quien conoció en persona.
- Llegáis tarde, Lúmina. Especialmente cuando el único aspecto a tratar recae sobre vos... - la voz podrida y ronca del Rey llegó a sus oidos, y la exhuberante Matriarca frunció el ceño mientras se sentaba, y contemplaba la grada de los Humanos. Odiaba mirarla desde que el Rey decidiera profanar la estatua que lo velaba, y la ocultara entre telas y porquería. Lo mismo, por supuesto, había hecho el Señor Enano para contentar a aquel que le proveía de todo lo que necesitaba.
- Vuestro mensajero no especificó vuestro propósito, mi Rey. Y naturalmente, tomaré todo el tiempo que considere necesario para que mis protectores se preparen. Son tiempos de incertidumbre, y vuestros videntes siguen profetizando la vuelta de los Astrales. Ignoro con qué intenciones, de ahí la necesidad de protección. - la voz cristalina y no humana resonó en el amplio lugar, llegando claramente a las otras razas allí reunidas.
- Os tomáis demasiadas molestias. Y eso repercute en todos nosotros. Nuestro tiempo es escaso, al igual que largos son nuestros deberes... Como bien podréis observar, el Xeniam se encuentra en ellos, de ahí su ausencia. - a Lúmina no se le escapó la sonrisa que el Rey dejó entrever apenas un instante. Eso era malo, muy malo. Habitualmente, abusaba de su poder como supuesto "Líder del Cónclave", pero no era capaz de someter completamente al Xeniam a su voluntad. Pero si él no estaba... Sintió como todas las miradas se dirigieron cual buitres a su propio Palco.
- Como decía, resolveremos esto prontamente. No se me ha pasado inadvertido que los habitantes de las Altas Montañas, si bien tan notables como de costumbre en el pago de tributos, no parecen formar realmente parte de esta Alianza formada desde tiempos inmemoriales... - empezó a hablar el exasperante Rey humano, engalanado en lo que parecía una armadura que en absoluto estaba diseñada para alguien con su peso y forma. Sin embargo, la magia de la pieza era tan intensa que Lúmina la reconoció al instante. Portaba una joya de más de 200 años, una coraza forjada por el propio Nexo. Su rostro se ensombreció al instante; si había venido tan protegido es que no pensaba hacer nada bueno...
- ... Y por ende, consideramos que es necesario dar un paso adelante al respecto. Como líder claro del Cónclave, considero que la separación entre Ciudades resulta bastante... Innecesaria, dados nuestros números actuales. Este mundo es sorprendentemente pequeño, no más que un puesto de avanzada para algo mucho mayor. He decidido que saldremos al exterior... Una vez tomemos Tam'ril y Silrem, para así asegurarnos que esos inmundos traidores aprenden la lección de abandonar nuestro precioso Cónclave... Y a tal fin, la campaña comenzará en las Montañas. - el gesto de Lúmina se había ido tornando más hostil, hasta la mención a su hogar. Pero antes de que pudiera alzar la voz, un gesto del Rey la instó a callarse.
- Podría entender vuestra preocupación, Lúmina, pero llevaremos recursos suficientes como para atravesar las montañas y realizar el descenso de estas. Llevará tiempo pero estoy dispuesto a esperar algunos años... Años en los que un verdadero ejército se formará, liderado por lo mejor de lo mejor de las tres razas... - la Matriarca percibió un gesto a su espalda, y su ira se tornó miedo cuando percibió claramente como su hija se disponía a desenvainar su arma con toda la intención letal que aquellos ojos verdes podían generar. A un gesto suyo, los dos guardas agarraron a la joven, impidiendo que su gesto fuera visto por el Rey, que continuaba exponiendo su imposible plan.
- ¿Estás loca? ¡Hay que callarlo de una vez! ¡Ha perdido el juicio! ¿Años soportando a humanos en nuestro santuario? ¿Atacar a dos razas en guerra civil, expertos asesinos? ¡Es una locura! - exhortó en su propio idioma Lúmine a su madre, de tal forma que no era audible para los subdesarrollados humanos.
- No aquí. No podemos hacer nada ahora. Y está protegido con magia del Nexo. Salvo que ese cuchillo tuyo sea otra obra suya, jamás lo atravesarás. - murmuró la Matriarca con gesto adusto, fingiendo que seguía prestando atención al Rey.
- ...Por lo que uniréis a vuestra descendiente con el Ministro de la Guerra, aquí presente. - Lúmina agitó la cabeza, sin haber creido escuchar bien. Pero su hija sí lo hizo, y zafándose de los brazos de los otros guardas se lanzó hacia delante, con la viva imagen de la furia en su rostro. Al verla, el Rey sonrió, ladino. - Oh, ya se encuentra aquí. Luego no será necesario esper-
- ¿¡De qué Daemon estás hablando, Amhord!? - rugió Lúmine, sus ojos verdes parecían crepitar con rayos. - ¡No pienso unirme a ninguno de tus estúpidos lacayos, y menos para que tu maldita raza cruce un Por- un seco golpe de la Matriarca tumbó a su hija al suelo, donde fue sujeta por los guardas.
- No creo que eso ayude de ninguna forma, mi Rey, al entendimiento. No obstante, si así lo conside - comenzó Lúmina, con un clarísimo gesto de desagrado en su bello rostro.
- Así lo digo y así será, Ángel Oscuro. Este Cónclave ha terminado. Tenéis una semana antes de que empleemos el Portal para celebrar el enlace, que se realizará naturalmente en Zaephyr. Las Montañas no son lugar para un ritual tan especial... - dijo, mirando con clara satisfacción a la furiosa joven Ángel, antes de desaparecer de su Palco.
Pero aún pudo escuchar el grito de furia contenida y de completa impotencia de madre e hija... Lo cual solo hizo ampliar su sonrisa. Sería tan fácil dominar a aquella raza de sirvientes y esclavas... Su Ministro lo haría bien, y a cambio, él tendría su expansión. Estaba harto de dominar a aquellos inútiles humanos, cuando había escuchado tantas maravillas de boca del Xeniam. Tomaría todo aquello que se le antojase. Al fin y al cabo, era el Rey.
domingo, 27 de octubre de 2013
sábado, 1 de junio de 2013
Relatos del Pasado y el Presente
Vosotros, Ángeles Oscuros. Aquellos que aceptan a mi pueblo, y han escuchado mi voz más que ningún otro ser en esta región del Plano. Tenéis dudas... Queréis saber. Habéis oído hablar del caos y la destrucción que he visto... ¿Pero queréis saber si hay algo más?
La alta figura contempla al resto de seres alados. Se encuentra sentado encima de una roca, al borde de un inmenso acantilado. Solo la bruma y las nubes se divisan, se encuentran demasiado alto como para poder ver nada... Aunque el refugio alado es el único lugar habitable en centenares de kilómetros. Niega levemente para sí, y retoma su pensamiento en quienes se encuentran delante de él. Ángeles Oscuros de todas las edades, desde pequeños infantes, a miembros milenarios. Antiguos esclavos de un Aurem cruel, lascivo e hiriente, ahora libres para ejercer su voluntad a placer. Liberados por su antecesor, el Nexo... Ahora esperaban sus palabras.
Si. He contemplado con ojos muertos maravillas de otros lugares. He visto el nacer y el morir de un sol y una luna, he contemplado mundos en destrucción y en formación. He sentido el frío de la propia muerte, andar como figuras etéreas en un Plano desolado. Escuchado el gorgoteo de los muertos vivientes en un páramo helado. He luchado contra criaturas que no tienen forma ni nombre; he bebido junto a bravos guerreros de origen lejano. He viajado más allá de lo que mi padre alguna vez pensó, algunas veces observando, otras, luchando.
Piensa el Rey Humano que soy su perro de caza, secuestrando almas de otros mundos para ofrecerlas como tributo a los Astrales... En un vano intento de que estos le escuchen. No entiende que su propia corrupción los aleja más que a nada. Piensa, el necio humano, embebido en su esperanza. Por cada alma que envío al descanso eterno, otras diez claman por venganza. La Bruma Gris... Solo guiados por ira, odio y pena. Niños, ancianos, asesinados, torturados, violados... Criaturas sin cuerpo, asesinos en alma.
Pero aún no se mostrarán al mundo. El entrenamiento ha de continuar, y yo prosigo solo. ¿Cómo se el camino, decís, cuando mi futuro no puede leerse? El Rey Humano se basa en sus Videntes... Siento en ellos apenas una fracción del don real de la Adivinación. Sabéis bien que existe, el propio Nexo era uno de ellos, y su antecesor... Y el que lo precedió. Unidos por el Don, que sobrevive a la muerte, el asesinado y los propios recuerdos. ¿Que si yo debería tenerlo también...? No lo sabré hasta que recupere mi ser completo.
El Xeniam se incorpora, y camina un poco, estirando su cuerpo. En ese momento, algunos pueden contemplar perfectamente cómo su figura es irregular, cómo los tonos oscuros no son igual en su torso que en manos, piernas... Y por supuesto, la ausencia de sus ojos.
Los Daemon tomaron bastantes botines de guerra de mi cuerpo. Mis manos, mis piernas, mis alas, mis ojos, mi corazón, mi cerebro... Y las súcubos tomaron aquello que les pareció más apropiado, ya entendéis. Lo que veis, fueron partes que ellos mismos me insertaron, con la misma forma, la misma consistencia... Pero no es igual. Si mi cuerpo estuviera completo, podría responder a la pregunta del Vidente.
¿Temor, decís? ¿Miedo a la muerte? Cuando te han matado incontables veces, la muerte es solo una bendición pasajera. No. Solo siento temor... Cada vez que atravieso mis Portales y vuelvo a casa. Cada vez que retorno a mi hogar, y veo a mis hermanos muertos en vida, seres sin alma, vagar sin rumbo ni sentido. Ahora, si me disculpáis... Es la hora de sentir terror.
lunes, 20 de mayo de 2013
La Locura en la Locura
Quieres que hable. Que os explique a vosotros algo que no os importa. Quieres saber por qué no te soy tan útil como antes. Por qué, con mi primera muerte, no soy tan buen perrito faldero como era.
Me han arrancado toda la pureza, paz y tranquilidad de mi mente, la última gota de mi alma ha sido corrupta por todos y cada uno de ellos. Me han hecho cosas que no sé nombrar, he sufrido un infierno que ninguno de vosotros resistiría siquiera mencionar.
Dices que por qué no hablo. No hablo para protegeros a vosotros, del terror que podría provocar en vuestros corazones si me diera por abrir la boca. No os he hablado de las inmensas legiones,billones de enemigos, un ejercito infinito de caos y muerte, un ejército de inmortales.
No os he hablado de sus patios de tortura, miles de almas destrozadas una y otra vez. Los cuerpos se destruyen para ser reconstruidos, con tanto dolor, que preferirías seguir muerto. Pero no, no son compasivos. No conocen esa palabra.
Morí tantas veces, fui resucitado de formas tan abyectas, fui obligado a cometer tantas atrocidades, que no puedo nombrarlas. Mi mente no sabe hacerlo, está rota, destruida. Estoy loco. Pero tan loco, que estoy cuerdo.
¿Intentas entenderme? No malgastes el poco raciocinio que queda en tu cerebro, no puedes entenderlo. Pedirme que relate mi experiencia ahí abajo os mataría. No soportaríais oír hablar de los devoradores de recuerdos, que se comen tu cerebro mientras sigues con vida, para paladear todos y cada uno de tus últimos, agónicos pensamientos. Esos son los más deliciosos, los últimos pensamientos de un cerebro a punto de morir.
No soportaríais siquiera pensar en qué ocurre cuando las súcubo te empalan con estacas envueltas en clavos llenos de sal mientras yacen contigo, y cómo te obligan a procrear con tu propia, demoníaca descendencia, para luego devorarlos. Lentamente. Mientras yaces con el siguiente que devorarás.
No podéis imaginar qué sucede cuando las amorfas entidades parten y retuercen cada uno de los huesos de tu cuerpo, para ver cómo está hecho. Cómo, mientras estás vivo, desencajan los huesos de tu cuerpo, los parten, para volver a ponerlos donde estaban, antes de arrancarte la columna vertebral, para ver cómo te retuerces en el suelo.
¿Podríais intentar entender cómo retuercen tu cuerpo con magia profana, arrancándote incluso el alma, para formarte de nuevo con miembros podridos de demonios muertos?
¿Cómo susurran en tus oídos todas las muertes que han inflingido, guardando cada uno de los más macabros detalles, para que no puedas siquiera soportar tu propia respiración?
¿Cómo te arrojan armas, para que intentes matarte de forma que no puedan resucitarte, infructuosamente?
No, Rey. No puedes controlarme. No puedes amenazarme. No hay nada que puedas hacerme, que no me hayan hecho ya. Puedes amenazarme con atacar a los míos. Mientes, y lo sabes. Porque si así lo hicieras... Permitiría que vieras mi mente, tal y como está ahora. Y nunca más podrías formar un solo pensamiento incoherente, en esa gorda, calva, e inútil cabeza que tienes.
Ahora, si no tenéis más estupideces que decir, me iré. Tengo demasiados lugares que visitar, antes de que empiece la cacería.
La Maldición del Isleño.
Caminante de islas,
hijo de la mar.
Maldito de por vida,
maldito va a estar.
No puede, no desea,
vivir lejos de la mar.
La añora, la espera,
no lo podrá soportar.
Asciende a la montaña,
piérdete en la ciudad.
Hagas lo que hagas,
no dejarás el mar.
Húndete en el vicio,
cae en la corrupción,
no puedes tener tanto mal,
no puedes olvidar la sal.
Olas, viento, agua y marea,
tierra, piedra, canto y arena.
Puedes huir, no escaparás,
no olvidas, no olvidas la mar.
sábado, 19 de enero de 2013
SdC - Xend'Thar: La Hoja del Libre Albedrío
Narrar la historia del Nexo sin mencionar a la Hoja que lo cambió todo es cuanto menos, insultante. La información que se posee de este arma, o entidad, es tan escasa, que ha sido cantada hasta formar parte del recuerdo constante de todas las almas de Norzel.
Versa la historia que una vez existió un poderoso Aurem, Destino, quien controlaba los hilos de unión de entre todas las razas creadas por Aurem. Era, por tanto, alguien capaz de escoger el futuro de todos y cada uno de los seres mortales del Plano, atándolos a su voluntad por encima de todo. Pero el hilo del Nexo no era correcto, era uno demasiado cambiante. Su destino cambiaba en cuanto se cruzaba con otra criatura, pues las posibilidades eran casi infinitas. Tal molestia perturbaba al poderoso Aurem, así que trazó un final rápido para el Ejecutor. Y sin embargo... Las acciones de otros Aurem Peregrinos terminaron por poner a aquel minúsculo ser frente a su grandiosidad. En el Templo del Destino, un joven Nexo clamaba que tenía "el derecho de decidir su propio destino", ante lo cual, Destino rió. Cuando se dispuso a exterminarlo sin más, la joven criatura comenzó a recitar un encantamiento. Pero no fue el absurdo intento de oponerse a él mediante magia lo que sorprendió a Destino, fue la lengua en la que lo hizo. ¿Qué estúpido le había tendido a un ser mortal un hechizo en lengua Aurem?
Dicen que fueron los Tres Aurem, en compensación a todo lo causado por el Panteón y el resto de Aurem, los que susurraron en el oído del Nexo la Canción del Albedrío. Solo ellos conocen la respuesta. Pero ni siquiera ellos, solo el Nexo, supo por qué aquella invocación tuvo éxito. Aquel hechizo Aurem tenía la antigüedad y potencia digna del hechizo prohibido de Chaos el Primigenio, quien dividió en dos todo el Plano. La entidad enigmática, Xend'Thar, aceptó al Nexo como su portador. Y la capacidad para emplear la energía del Nexo, unida a la casi infinita fuerza de la Hoja, provocó que sucediera algo que no había pasado en miles de años. La muerte de un Aurem.
Destino cayó, y su Templo fue arrasado. Los billones de hilos desaparecieron, aunque aún atados a sus respectivos dueños. Sin embargo, a partir de entonces el Nexo se volvió una anomalía. Una maldición para algunos, bendición para otros. Como portador de Xend'Thar, la Hoja del Libre Albedrío, su destino no podía ser leído ni augurado, ni de aquellos con los que se relacionara. Los Videntes solo veían humo en su figura, todo él se volvió incomprensible.
Pero Xend'Thar era demasiado poderosa para un androide construido, incluso habiéndolo sido con el propósito de ser infinitamente poderoso. El Nexo no podía convocarla fácilmente, sin exponerse a riesgos. Precisaba una inmensa cantidad de su poder para hacer efecto, y no duraba demasiado tiempo sin desaparecer. Desde su muerte verdadera, Xend'Thar desapareció...La Hoja que arrancó una región entera al Plano Daemon, la última vez que se la vio, estaba firmemente agarrada del brazo del Nexo.
Dicen los susurros, que, ya que el Xeniam Akran, el Segador, comparte la misma distorsión de su padre, solo es cuestión de tiempo que Xend'Thar vuelva a aparecer. Y, de ser así... ¿Qué potencial podría alcanzar, esgrimida por una criatura con el don de sostener cualquier clase de poder? Dicen que el Nexo engendró a su hijo con el fin de encontrar el portador perfecto... Aunque eso no podría ser el objetivo único de alguien con su espíritu. Cantan los Ángeles Caídos que el Nexo buscó desesperadamente que su hijo estuviera protegido de todo mal. Y por ello, le entregó el don de ser capaz de empuñar la Hoja, de ser libre de toda atadura. Cuando Xend'Thar vuelva a ser empuñada, incluso el Panteón temblará...
Versa la historia que una vez existió un poderoso Aurem, Destino, quien controlaba los hilos de unión de entre todas las razas creadas por Aurem. Era, por tanto, alguien capaz de escoger el futuro de todos y cada uno de los seres mortales del Plano, atándolos a su voluntad por encima de todo. Pero el hilo del Nexo no era correcto, era uno demasiado cambiante. Su destino cambiaba en cuanto se cruzaba con otra criatura, pues las posibilidades eran casi infinitas. Tal molestia perturbaba al poderoso Aurem, así que trazó un final rápido para el Ejecutor. Y sin embargo... Las acciones de otros Aurem Peregrinos terminaron por poner a aquel minúsculo ser frente a su grandiosidad. En el Templo del Destino, un joven Nexo clamaba que tenía "el derecho de decidir su propio destino", ante lo cual, Destino rió. Cuando se dispuso a exterminarlo sin más, la joven criatura comenzó a recitar un encantamiento. Pero no fue el absurdo intento de oponerse a él mediante magia lo que sorprendió a Destino, fue la lengua en la que lo hizo. ¿Qué estúpido le había tendido a un ser mortal un hechizo en lengua Aurem?
Dicen que fueron los Tres Aurem, en compensación a todo lo causado por el Panteón y el resto de Aurem, los que susurraron en el oído del Nexo la Canción del Albedrío. Solo ellos conocen la respuesta. Pero ni siquiera ellos, solo el Nexo, supo por qué aquella invocación tuvo éxito. Aquel hechizo Aurem tenía la antigüedad y potencia digna del hechizo prohibido de Chaos el Primigenio, quien dividió en dos todo el Plano. La entidad enigmática, Xend'Thar, aceptó al Nexo como su portador. Y la capacidad para emplear la energía del Nexo, unida a la casi infinita fuerza de la Hoja, provocó que sucediera algo que no había pasado en miles de años. La muerte de un Aurem.
Destino cayó, y su Templo fue arrasado. Los billones de hilos desaparecieron, aunque aún atados a sus respectivos dueños. Sin embargo, a partir de entonces el Nexo se volvió una anomalía. Una maldición para algunos, bendición para otros. Como portador de Xend'Thar, la Hoja del Libre Albedrío, su destino no podía ser leído ni augurado, ni de aquellos con los que se relacionara. Los Videntes solo veían humo en su figura, todo él se volvió incomprensible.
Pero Xend'Thar era demasiado poderosa para un androide construido, incluso habiéndolo sido con el propósito de ser infinitamente poderoso. El Nexo no podía convocarla fácilmente, sin exponerse a riesgos. Precisaba una inmensa cantidad de su poder para hacer efecto, y no duraba demasiado tiempo sin desaparecer. Desde su muerte verdadera, Xend'Thar desapareció...La Hoja que arrancó una región entera al Plano Daemon, la última vez que se la vio, estaba firmemente agarrada del brazo del Nexo.
Dicen los susurros, que, ya que el Xeniam Akran, el Segador, comparte la misma distorsión de su padre, solo es cuestión de tiempo que Xend'Thar vuelva a aparecer. Y, de ser así... ¿Qué potencial podría alcanzar, esgrimida por una criatura con el don de sostener cualquier clase de poder? Dicen que el Nexo engendró a su hijo con el fin de encontrar el portador perfecto... Aunque eso no podría ser el objetivo único de alguien con su espíritu. Cantan los Ángeles Caídos que el Nexo buscó desesperadamente que su hijo estuviera protegido de todo mal. Y por ello, le entregó el don de ser capaz de empuñar la Hoja, de ser libre de toda atadura. Cuando Xend'Thar vuelva a ser empuñada, incluso el Panteón temblará...
Del Cónclave y la Región Desconocida
Aquella estancia estaba alejada de los confines del espacio y el tiempo habituales. Construída en un lugar que solo el Nexo conocía, resultaba absolutamente impenetrable por alguien que no mereciera encontrarse allí. La disposición de la sala era hexagonal; cada lado de la estructura albergaba el Palco de cada una de las razas anexionadas al Cónclave, con el último Palco para el Nexo. No obstante, rara vez el sexto Palco era empleado; el Nexo disponía por costumbre entrar solo al Cónclave.
Los Palcos eran cómodos, ocupados por altas sillas que permitían una visión uniforme de toda la explanada inferior, sin distinciones entre asientos. Fuera un Rey, un Señor o un sirviente, disponían del mismo espacio. Frente a cada Palco se erigía una estatua representativa del Nexo, el Ejecutor. Como bien contaban los cánticos, muchas estatuas había construido con sus propias manos; no con el fin egoísta de la autocomplacencia, por supuesto. Cada una contenía una parte de su poder, lo que las hacía guardianas y protectoras de santuarios o de ciudades. Seis Estatuas eran más que capaces de acabar con un Daemon Primae, e incluso detener la furia de un Aurem durante un tiempo precioso.
[...]
Las razas que habían sido aglutinadas en aquel Cónclave no dejaban de ser una minúscula y reducida selección de aquellos pueblos a los que el Ejecutor había rescatado en sus periplos por el Plano, y los había llevado a una de las regiones más elevadas de este (Y por tanto, más seguras, puesto que el Plano Daemon se expandía constantemente, absorbiendo las regiones más inferiores). Aquella minúscula región sin nombre, a la que por algún motivo, los Daemon no podían alcanzar, apenas contenía un planeta, Norzel, cuya forma era excepcionalmente curiosa. Un mundo sin mares; Tan solo existían dos grandes extensiones lisas de tierra, separadas por una cadena montañosa tan colosal, que atravesarla era prácticamente imposible. Norzel originariamente había sido un planeta Daemon, purificado del todo y abandonado a su suerte por la cruzada de los Aurem. Humanos y Enanos vivían en uno de los dos "continentes". La lucha por el agua era el principal motivo de conflicto, sin considerar las luchas internas. En el otro continente, que sorprendentemente estaba cubierto casi por completo de un bosque tan espeso, alto y denso, que no existía la luz, habían erigido su hogar los elusivos Elfos Oscuros, y las misteriosas Sombras, enzarzados en un combate a muerte desde que tenían constancia.... Hasta que el Nexo apareció.
Humanos, de tiempos antiguos, hechiceros, inventores, gente de bien pero con una voluntad variable, capaces de grandes empresas o de terribles males. Guiados por el Nexo, la gran ciudad de Zaephyr refulgía con luz propia, la luz de las Estatuas se unía a las de las grandes fuentes, los celestes pilares que aportaban vida en una tierra antaño asolada por la guerra y la hambruna. Grandes manantiales subterráneos existían bajo la tierra que solo tuvieron que manar para transformar por completo las áreas circundantes, volviéndola próspera y fértil.
Enanos, férreos trabajadores de la tierra y los secretos que ella posee, normalmente ocupados siempre en sus propios asuntos, pero siempre dispuestos a ayudar a los amigos. El Nexo les había abierto un mundo de posibilidades con una magia que les permitía forjar, cavar, y trabajar la tierra como jamás lo habían hecho. Su ciudad, Dumbra, carecía de protección especial, pues era la plaza más fortificada y majestuosa de todas. El fuego mágico les había librado del hedor y la asfixia del humo, que a tantos buenos enanos se había llevado. Dumbra recuperaba el brillo y la gloria de tiempos pasados, mientras la arquitectura Enana mejoraba, y rayos de luz atravesaban libremente su ciudad.
Elfos Oscuros, orgullosos, longevos, aptos en las artes arcanas y en el asesinato sutil. Vieron en el Nexo a prácticamente un dios, dada su naturaleza de máquina asesina y perfecta. Dirigidos por él, finalmente terminaron la eterna guerra contra las Sombras, y Tam'ril, su Ciudad Arbórea, volvió a vibrar con la música de los laudes y las trompas.
Las Sombras, misteriosas criaturas que podían escoger voluntariamente cuando ser tangibles y cuando no, se decía que estaban relacionadas con los muertos en el otro continente... Pero aquello solo eran historias confusas. Las Sombras se decían a sí mismos ser los más grandes asesinos, de ahí el conflicto constante con los Elfos Oscuros. La llegada del Nexo rompió aquella regla, y aceptando la palabra del Ejecutor, Sombras y Elfos comenzaron a vivir en armonía, buscando crear al maestro absoluto en el asesinato. Silrem, la solitaria capital, aparentemente abandonada para el ojo mortal, volvió a gozar de movimiento.
Finalmente, los Ángeles Caídos, traidos por el Nexo desde una región inferior, esclavos de un Aurem repugnante y hedonista, el segundo de los Aurem en morir tras el fin de la Guerra con los Daemon, a manos del Nexo y su singular arma. El Nexo les encontró un santuario en las Altas Montañas, la cadena que separaba los dos continentes de Norzel. Para los Ángeles, seres alados de hermosa figura y triste destino, aquellas cimas solitarias y pacíficas les aportaron todo el espacio y tiempo necesario para aliviar y olvidar sus penas. Aprendieron del Nexo a defenderse, creando unas armaduras místicas que los volvían unos feroces guerreros.
El sexto Palco, en realidad, no era el del Nexo. Estaba destinado a los Astrales, los habitantes de la más alta región de todo el Plano. La Región Astral era el lugar de descanso absoluto, la paz y armonía que allí existían no podía encontrarse en ningún otro lugar. Portadores de inmensos poderes, eran más que capaces de repeler a Aurem y Daemon por igual; un curioso don entregado por un Aurem inconsciente de lo que hacía, sin duda. Nunca habían llegado a aceptar la oferta del Nexo, considerándolo inferior.
Pero la figura debía ser completa. El Nexo representaba la base, la explanada del Cónclave. La bóveda pertenecía a los tres Aurem rebeldes, a los renegados entre los renegados. Aquellos en los que el Nexo sí podía creer. Natura, la portadora del Agua Espectral, creadora de la forma. Norte, el portador del Fuego Astral, el impulso de vida y pasión que mueve. Caos, portador del Viento Primigenio, el hálito que crea y destruye la esencia. Habían sido grandes combatientes contra los Daemon, pero al final del conflicto, contemplaron con repugnancia el proceder de sus hermanos. Se marcaron a sí mismos como exiliados, y vagaron hacia las zonas que los Daemon no habían tocado. Así, encontraron al Nexo. Pero eso... Es otra historia.
Los Palcos eran cómodos, ocupados por altas sillas que permitían una visión uniforme de toda la explanada inferior, sin distinciones entre asientos. Fuera un Rey, un Señor o un sirviente, disponían del mismo espacio. Frente a cada Palco se erigía una estatua representativa del Nexo, el Ejecutor. Como bien contaban los cánticos, muchas estatuas había construido con sus propias manos; no con el fin egoísta de la autocomplacencia, por supuesto. Cada una contenía una parte de su poder, lo que las hacía guardianas y protectoras de santuarios o de ciudades. Seis Estatuas eran más que capaces de acabar con un Daemon Primae, e incluso detener la furia de un Aurem durante un tiempo precioso.
[...]
Las razas que habían sido aglutinadas en aquel Cónclave no dejaban de ser una minúscula y reducida selección de aquellos pueblos a los que el Ejecutor había rescatado en sus periplos por el Plano, y los había llevado a una de las regiones más elevadas de este (Y por tanto, más seguras, puesto que el Plano Daemon se expandía constantemente, absorbiendo las regiones más inferiores). Aquella minúscula región sin nombre, a la que por algún motivo, los Daemon no podían alcanzar, apenas contenía un planeta, Norzel, cuya forma era excepcionalmente curiosa. Un mundo sin mares; Tan solo existían dos grandes extensiones lisas de tierra, separadas por una cadena montañosa tan colosal, que atravesarla era prácticamente imposible. Norzel originariamente había sido un planeta Daemon, purificado del todo y abandonado a su suerte por la cruzada de los Aurem. Humanos y Enanos vivían en uno de los dos "continentes". La lucha por el agua era el principal motivo de conflicto, sin considerar las luchas internas. En el otro continente, que sorprendentemente estaba cubierto casi por completo de un bosque tan espeso, alto y denso, que no existía la luz, habían erigido su hogar los elusivos Elfos Oscuros, y las misteriosas Sombras, enzarzados en un combate a muerte desde que tenían constancia.... Hasta que el Nexo apareció.
Humanos, de tiempos antiguos, hechiceros, inventores, gente de bien pero con una voluntad variable, capaces de grandes empresas o de terribles males. Guiados por el Nexo, la gran ciudad de Zaephyr refulgía con luz propia, la luz de las Estatuas se unía a las de las grandes fuentes, los celestes pilares que aportaban vida en una tierra antaño asolada por la guerra y la hambruna. Grandes manantiales subterráneos existían bajo la tierra que solo tuvieron que manar para transformar por completo las áreas circundantes, volviéndola próspera y fértil.
Enanos, férreos trabajadores de la tierra y los secretos que ella posee, normalmente ocupados siempre en sus propios asuntos, pero siempre dispuestos a ayudar a los amigos. El Nexo les había abierto un mundo de posibilidades con una magia que les permitía forjar, cavar, y trabajar la tierra como jamás lo habían hecho. Su ciudad, Dumbra, carecía de protección especial, pues era la plaza más fortificada y majestuosa de todas. El fuego mágico les había librado del hedor y la asfixia del humo, que a tantos buenos enanos se había llevado. Dumbra recuperaba el brillo y la gloria de tiempos pasados, mientras la arquitectura Enana mejoraba, y rayos de luz atravesaban libremente su ciudad.
Elfos Oscuros, orgullosos, longevos, aptos en las artes arcanas y en el asesinato sutil. Vieron en el Nexo a prácticamente un dios, dada su naturaleza de máquina asesina y perfecta. Dirigidos por él, finalmente terminaron la eterna guerra contra las Sombras, y Tam'ril, su Ciudad Arbórea, volvió a vibrar con la música de los laudes y las trompas.
Las Sombras, misteriosas criaturas que podían escoger voluntariamente cuando ser tangibles y cuando no, se decía que estaban relacionadas con los muertos en el otro continente... Pero aquello solo eran historias confusas. Las Sombras se decían a sí mismos ser los más grandes asesinos, de ahí el conflicto constante con los Elfos Oscuros. La llegada del Nexo rompió aquella regla, y aceptando la palabra del Ejecutor, Sombras y Elfos comenzaron a vivir en armonía, buscando crear al maestro absoluto en el asesinato. Silrem, la solitaria capital, aparentemente abandonada para el ojo mortal, volvió a gozar de movimiento.
Finalmente, los Ángeles Caídos, traidos por el Nexo desde una región inferior, esclavos de un Aurem repugnante y hedonista, el segundo de los Aurem en morir tras el fin de la Guerra con los Daemon, a manos del Nexo y su singular arma. El Nexo les encontró un santuario en las Altas Montañas, la cadena que separaba los dos continentes de Norzel. Para los Ángeles, seres alados de hermosa figura y triste destino, aquellas cimas solitarias y pacíficas les aportaron todo el espacio y tiempo necesario para aliviar y olvidar sus penas. Aprendieron del Nexo a defenderse, creando unas armaduras místicas que los volvían unos feroces guerreros.
El sexto Palco, en realidad, no era el del Nexo. Estaba destinado a los Astrales, los habitantes de la más alta región de todo el Plano. La Región Astral era el lugar de descanso absoluto, la paz y armonía que allí existían no podía encontrarse en ningún otro lugar. Portadores de inmensos poderes, eran más que capaces de repeler a Aurem y Daemon por igual; un curioso don entregado por un Aurem inconsciente de lo que hacía, sin duda. Nunca habían llegado a aceptar la oferta del Nexo, considerándolo inferior.
Pero la figura debía ser completa. El Nexo representaba la base, la explanada del Cónclave. La bóveda pertenecía a los tres Aurem rebeldes, a los renegados entre los renegados. Aquellos en los que el Nexo sí podía creer. Natura, la portadora del Agua Espectral, creadora de la forma. Norte, el portador del Fuego Astral, el impulso de vida y pasión que mueve. Caos, portador del Viento Primigenio, el hálito que crea y destruye la esencia. Habían sido grandes combatientes contra los Daemon, pero al final del conflicto, contemplaron con repugnancia el proceder de sus hermanos. Se marcaron a sí mismos como exiliados, y vagaron hacia las zonas que los Daemon no habían tocado. Así, encontraron al Nexo. Pero eso... Es otra historia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)