El temor te invade; correr hacia abajo, todo está oscuro, no queda nadie. Hacia arriba, tal vez haya alguna salida. Te guías por la luz, las luces encendidas... Doce pasos después estás en el primer piso, y otros doce, estás en lo más alto. Es entonces cuando eso entra dentro del aulario, el cristal de la puerta salta en mil pedazos. Esos chasquidos, y los gritos que arroja, hacen que tu espalda se estremezca, como si hubieran arrojado una bolsa de cubitos de hielo por tu espalda. Rápido, tiene que haber una salida... Podrías romper la puerta del Oficial de Laboratorio y coger los soldadores, seguro que ese calor tiene que hacerle algo... O quizá, intentar probar los telé-
¡GRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARK!
Tarde. Lo tienes casi detrás tuya. Corres, vuelves a correr. Podrías intentar saltar hacia las palmeras, pero eres demasiado cobarde como para hacerlo, temes fracturarte o cortarte, a pesar de que estás a punto de morir. Entonces, una revelación... Las salidas de emergencia! Haces un sprint hasta una de ellas, y fuerzas la puerta. Entras, antes de que eso llegue al piso.
Intentas calmarte; quizá pueda oír tu corazón extremadamente acelerado. Poco a poco, conforme bajas las angostas escaleras, tus pulsaciones se relajan. ¿Qué es eso? ¿Por qué te persigue? ¿Por qué no hay nadie más? Entonces, caes en la cuenta. El rojo, la lluvia. No llovía calima. Llovía sangre.
¡GRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARK!
Tu sangre, surgiendo tras una de las puertas de incendios, y tus chillidos de agonía, mientras mueres, solo, en un angosto pasillo de emergencia...Dice todo lo contrario.
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