Cuando uno echa la vista hacia atrás, siempre ve muerte, desolación y caos... Guerras inhumanas donde se emplea cualquier método para aplastar al enemigo. Pero nunca hubo una guerra como aquella... Una guerra basada en una única tecnología en avance; la guerra bio orgánica. Las armas vivientes, capaces de pensar por sí mismas, pero atadas al intelecto y al orden humano. Cientos de países se hundieron bajo el peso imparable de aquellas armas vivas, adaptables a cualquier medio y situación. Sin embargo, tanto poder era insostenible para los humanos... Y se volvió contra él. Las armas se volvieron contra sus creadores, y el mundo quedó en ruina. La práctica totalidad de los soldados, la mayoría de adultos de todo el planeta, fueron exterminados sin compasión. Aquello, cambió el mundo para siempre. Ciudades enteras fueron borradas del mapa, países completos fueron sumergidos bajo las aguas, o destrozados hasta la última piedra. Y las armas vivientes continuaban destrozando a los supervivientes...
Solo cuando la tecnología evolucionó para la defensa, los humanos tuvieron alguna posibilidad. Los contenedores de las armas fueron adaptados para someterlos de nuevo a la voluntad humana, pero sus números eran demasiado grandes; las bioarmas eran también capaces de reproducirse en completa libertad. Era necesario amasar a un nuevo ejército, pero no quedaban hombres o mujeres disponibles... Por lo que los niños fueron los escogidos. Pero ningún niño podría sobrevivir a un territorio destruido y arrasado para capturar a dichas bioarmas, por lo que debían ser condicionados psicológicamente. Se diseñó una potentísima droga que sumía a los niños en un estado de alucinación permanente, con el fin de evitar la segura locura. Mediante condicionamiento psicológico, se les adiestró para cazar a las bioarmas, mediante otras de menor capacidad y resistencia. La droga fue repartida por todo el mundo; inyectada en los contenedores que se les entregaban por docenas, inyectada en su comida, en la televisión que veían... Los niños jamás debían despertar, pues de lo contrario, jamás la raza humana sería capaz de anular la amenaza de las bioarmas.
Al principio, fue complicado; cientos de niños fueron destrozados por las propias bioarmas que se les había asignado. Fue preciso aumentar todavía más las dosis de la droga en los candidatos para hacerles olvidar las espantosas imágenes en su cabeza... E incluso tuvieron que aplicarse dosis a sus familiares, con el fin de acondicionarlos a su nuevo estatus de destructor de bioarmas. Poco a poco, un mayor porcentaje de la población cayó bajo el influjo de la droga, y los niños soldado se erigían por millares. El número de bioarmas empezó a descender. Pero entonces, surgió un problema. ¿Qué hacer cuando la droga dejara de tener efecto? Entonces, hubo otra idea, aún más macabra. Harían que los soldados compitieran entre si, solo aquellos con la edad suficiente como para comenzar a ser considerados una amenaza. Todos aquellos campeones eran fácilmente silenciados o asesinados; era un sistema perfecto.
Naturalmente, había detractores... Muchos opinaban que usar a los niños como soldados, como armas humanas, era una completa aberración. Pero con una sociedad drogada y consumida, y un mundo lleno de muerte, ¿acaso había otra opción...? Las pocas ciudades que restaban en pie estaban rodeadas por agentes químicos que las aislaban de las bioarmas, al coste de depender de adquirir más y más químico. En el momento en que no pudieran seguir pagando, serían aniquilados por completo.
Y uno de esos jóvenes soldados se llamaba Ash Ketchum...